Por mucha suerte que tengamos, en la vida nos acosan a menudo las penas y un sin fin de temores. Y, a veces, intuimos que la solución sólo podemos obtenerla alzando el vuelo.
Pero esto resulta casi inviable para multitud de personas que sufren al no conseguir vadear la inmensa distancia que, a su entender, aleja a la «trascendencia» de la «inmanencia». Piensan que entre Dios y los hombres hay una distancia infinita. Y la hay, por cuanto Dios nos supera infinitamente, pero olvidan que, cuanto más elevada es una realidad, más íntima se nos puede volver. Todo depende del amor.
Por amor salvó Dios la distancia entre Él y los hombres, haciéndose uno de nosotros. A partir de Navidad sabemos que no tenemos que salvar distancias inmensas. Nos basta lo siguiente: transfigurarnos; cambiar nuestro amor egoísta por un amor generoso, oblativo, amor de agape o dilectio. Lo cual equivale a cumplir el precepto propio de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado», es decir, con el mismo tipo de amor con que yo lo hice, amor de entrega generosa. Éste es el estado de paraíso.
Nos lo revela el «Águila de Patmos», San Juan Evangelista, en una frase asombrosa: «Dios es amor generoso (agape); el que vive en ese tipo de amor vive en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 7-8, 16-17). Esta unión milagrosa se gestó en Belén, y sigue elevando hoy nuestro ánimo hacia lo alto.
Con este buen espíritu, la Fundación López Quintás desea a sus amigos una auténtica y feliz Navidad.
Diciembre 2020