Ofrecemos a continuación el artículo que Alfonso López Quintás publicó en el periódico “La Razón” el 14 de Junio de 2016. Esto es lo único que el profesor hizo público acerca de este tema. Lamentamos que hayan aparecido, con su firma, otros mensajes.
El voto de los españoles defraudados
Ante unas nuevas elecciones generales, bueno será que clarifiquemos nuestras actitudes a fin de acertar en la decisión. Más que nunca hemos de actuar ahora con suma lucidez y serenidad. Parece ser que buen número de votantes se han defraudado del partido que apoya al gobierno actual y le han vuelto las espaldas. Tal vez habían supuesto que podían ver en él una especie de refugio –o incluso de hogar– ‒que amparaba sus principios y valores. Al observar, con sorpresa, que el actual gobierno no promovía estos valores ni salvaguardaba esos principios, se irritaron y les negaron su favor.
En la situación creada tras las elecciones de diciembre, lo prudente es dejar de lado los enfados y ver qué partido de los que tienen capacidad de gobernar nos da más garantía de cumplir estas tres condiciones ineludibles: 1ª) capacidad de mantener la paz social, lo que implica sostener el equilibrio económico y promover el bienestar de los ciudadanos; 2ª) respeto absoluto a la libertad religiosa y la libertad de educación; 3ª) defensa de la unidad nacional y la actitud de colaboración que ella implica.
Sé que algunas personas ‒a las que mucho aprecio‒ consideran insuficientes estas exigencias mínimas. Desean que el Estado garantice ciertos valores muy significativos para ellos ‒y para mí‒ mediante leyes, pues éstas no sólo regulan la actividad de los ciudadanos sino que configuran, en buena medida, su modo de pensar y actuar. Las leyes crean opinión, no sólo la recogen; modelan la vida comunitaria, no sólo la reflejan y estructuran. Cierto, pero si tal garantía no se nos da y hoy resulta imposible de hecho llegar al Gobierno con unas exigencias máximas, debemos elegir el partido que, al menos, esté dispuesto a cumplir las tres condiciones antedichas.
Se dice, con la mejor intención, que la fidelidad a nuestros valores nos obliga a los creyentes a votar sólo a los partidos que garanticen la salvaguardia de los valores morales (como el respeto a la vida naciente y al concepto tradicional de matrimonio…) aunque no tengan de momento ninguna posibilidad de gobernar. Ciertamente, es un deber dar testimonio de los valores que uno profesa. Con la libertad interior que me otorga haber procurado hacerlo, incluso con graves daños, he de indicar que, en ciertas ocasiones, debe elegirse al partido que ofrezca más garantía de cumplir las tres condiciones antedichas, aunque no haya salvaguardado algunos valores que uno estima sobremanera. Pues, si llegan al poder quienes muy probablemente incumplirán tales condiciones, no sólo seguirán sin amparo los valores morales que uno tanto estima; la sociedad entera entrará en una quiebra de proporciones inimaginables. Parece temerario, en esta grave coyuntura, aspirar a lo óptimo con grave riesgo de perder lo mucho bueno ‒incluso en el aspecto religioso‒ que puede otorgarnos la vida democrática, bien entendida y sostenida.
No olvidemos que el bienestar económico es un bien muy frágil. Cuando las cosas marchan aceptablemente, se tiende a pensar que es algo “normal”, olvidando que tal “normalidad” sólo se consigue con mucho talento, esfuerzo y prudencia. Por otra parte, la libertad religiosa y la educativa son ineludibles para garantizar un auténtico crecimiento espiritual de las personas y las comunidades. Aseguremos con nuestro voto que nuestros futuros dirigentes mantendrán estos bienes. España y Europa entera se están adentrando en un área de turbulencias extremas, capaces de desestabilizar las instituciones que carezcan de guías experimentados. Si entre los candidatos hay alguien experto en capear tormentas, no lo tachemos de la lista porque nos haya defraudado en algún aspecto. Si otros políticos no nos han defraudado ‒tal vez por no haber ejercido todavía el poder‒, no los borremos tampoco de la lista por carecer de experiencia. Pero cuidémonos de analizar bien sus programas y declaraciones, a ver si en ellas se vislumbra un talento y una experiencia política que nos permita confiar en que harán un buen papel en la gestión de las grandes cuestiones de Estado, las internas y las externas. Hagámoslo con independencia de si su figura nos resulta más o menos atractiva.
Se dice que cada uno puede votar a su arbitrio. Sin duda, pero, sobre todo en situaciones peligrosas, es injustificado hacer ensayos precipitados. Sólo seremos sensatos si vamos a lo seguro, eligiendo a quienes han mostrado –con más que palabras– que saben poner los problemas en vías de solución. Sólo entonces tendremos posibilidad de consuelo si nuestra elección resulta frustrada. Es cierto que las cosas todavía están mal. Razón de más para elegir a quienes han demostrado que tienen arrestos para mejorarlas, y no sólo arrojo para triunfar en las lides dialécticas, encaminadas más bien al desprestigio del adversario que a la gestión paciente, prudente y, sobre todo, eficaz de la cosa pública.
Alfonso López Quintás
De la Real Academia de Ciencias Morales y Política