Ofrecemos la versión completa del artículo de Alfonso López Quintás que fue publicado en la Tribuna Abierta del ABC, el día 18 de agosto de 2014, y que, por razones de espacio, tuvo que acortar.
Cómo recobrar la confianza
Tras las elecciones europeas, los dos grandes partidos atribuyeron la pérdida de votantes a un fallo de comunicación. Algo puede haber habido de eso, pero las causas son más profundas. Por vía de orientación, no de crítica ‒que bastantes hay, y a veces, desaforadas‒, aportaré unas ideas ‒muy sopesadas‒ acerca del ámbito que conozco algo: el Partido Popular.
Qué es este partido para sus votantes. Si quieren saber sus dirigentes por qué han perdido la confianza de tal cantidad de votantes, deben precisar qué significa su partido para sus simpatizantes. No es un medio para promover luchas reivindicativas o apoyar algún tipo de movimiento revolucionario. No se reduce a mero gestor administrativo y económico. A esta función ‒dirigida a salvaguardar los “valores vitales”‒ le conceden mucha importancia, naturalmente, pero no en exclusiva, pues también aprecian considerablemente otras tres clases de valores: los culturales, los éticos y los religiosos. La Axiología nos enseña que los valores vitales ‒alimento, agua, vestido, descanso…‒ son más apremiantes que los otros, y esto nos lleva con frecuencia a concederles la primacía. Los otros valores se hacen valer también, pero de forma menos oprimente, aunque sí con la energía propia de su rango. Hay personas que se sienten muy vinculadas a estos altos valores discretos, y comprometen su vida en cultivarlos y defenderlos. Sin duda, buena parte de los votantes del Partido Popular se cuentan entre ellas. Por eso consideran ineludible que las autoridades promuevan valores tales como la defensa de la familia bien estructurada, el respeto a la vida naciente y declinante, la unidad de la patria, una justicia rápida e independiente, la recta formación humana de niños y jóvenes…
Pérdida de la confianza. Si los votantes del Partido Popular constatan que otras fuerzas políticas no cuidan esos valores o, incluso, los agreden de alguna forma, ven más que nunca a su partido ‒basados en su historia y sus programas‒ como una salvaguardia de su concepción de la vida, que ‒no se olvide‒ juega para ellos un papel decisivo. Se emplean a fondo en las elecciones, conceden a su partido la mayoría absoluta y esperan con ansia el cambio. Si ven, con estupor y zozobra, que pasa el tiempo y no se pone coto a los desafueros de ciertas clínicas, se promete superar el fracaso de la enseñanza pero no acaba de hacerse, y así en otras áreas de la vida social…, se sienten frustrados, burlados en su buena fe, estafados, y tanto la estafa como la burla son difíciles de perdonar.
Hay problemas que no admiten espera, sobre todo cuando están en juego vidas humanas. Cada día que pasa sin resolverlos ‒pudiendo hacerlo‒ aumenta la irritación de los votantes, que no se ven amparados por el partido gobernante, dejan de sentirlo como un baluarte para la defensa de su concepción del mundo ‒una especie, por tanto, de hogar espiritual‒, y se alejan en busca de dirigentes más coherentes y decididos. No se olvide que estos votantes esperan de la reconocida preparación de sus dirigentes que estudien las cuestiones con hondura profesional y sean prudentes en la toma de decisiones. Prudentes, pero no indecisos, medrosos, preocupados en exceso por la crítica de los adversarios. Nada los desazona más que verlos pendientes del adversario, proclives a ceder ante los ataques, hasta desfigurar los proyectos iniciales. Si su capacidad de discernimiento los lleva a pensar que una medida es necesaria para el bien común, han de tomarla con toda decisión, conscientes de la seguridad que nos otorga el conocimiento cuando es sólido. Y para que su actitud firme no parezca altanería, han de explicar con hondura, precisión y poder sugestivo las razones de la misma.
Respecto a esto, lamentan los votantes del PP que su partido no dé con coraje la “batalla de las ideas”. Si quiere gobernar más bien con la autoridad que dan las razones sólidas que con la potestas que otorga el mero mando, ha de apresurarse a clarificar las grandes cuestiones que plantea a diario la vida. Le sobrarían personas cualificadas para hacerlo en las distintas áreas. Muchos nos preguntamos por qué no se lleva a cabo sistemáticamente algo tan decisivo, y se deja a ciertas tertulias la tarea de discutir sobre ello. No sólo discutir sino disputar, porque son planteadas erróneamente a base de grupos enfrentados, que, en algunos casos, sólo intentan descalificar al adversario, con lo cual no logran, entre todos, sino descalificar a la clase política como tal, lo cual es más grave de lo que se piensa.
La mejora de la comunicación. Sin duda, necesita ser mejorada, pero, si queremos saber de qué forma y en qué sentido, hemos de aclarar qué se entiende por una “buena comunicación”. No se reduce a dominar la esgrima parlamentaria, responder a las críticas con contragolpes devastadores, mostrar con brillantez los logros obtenidos. Buen comunicador es el que sabe dar razón de lo bueno que se ha hecho, y, además, conoce los trucos de los manipuladores con lucidez suficiente para desmontar hábilmente sus argumentaciones. Un recurso del manipulador es no matizar los conceptos para utilizarlos como armas dialécticas contra el adversario. Sólo un caso, bien expresivo. En un momento convulso de la vida española, se acusó al PP de “mentir”, y se martilleó a sus votantes durante años con esta acusación:“España no merece un gobierno que mienta”. Se gritaba esta frase con la contundencia de lo obvio, y apenas había quien le diera una respuesta adecuada, por ejemplo ésta: «No confundan ustedes “error” con “mentira”. Es algo elemental: mentir significa “decir algo falso a sabiendas de que lo es y con intención de engañar”. Un portavoz puede informar de lo que está sucediendo tras un atentado y equivocarse, sobre todo si le dan una información falsa. Como no tiene intención de engañar, se equivoca, comete un error, pero no miente». Tachar de mentiroso a alguien es grave porque supone atribuirle mala fe. El que lo acusa de mentir sin que le conste esta voluntad de engañar comete un atropello. ¿Cómo es posible que una institución se deje acusar de mentir cuando, en realidad, sólo cometió un error? Si, además, tal error fue inducido con intención artera, esa acusación se convierte en un baldón para quien la hace.
Ya vemos que ser buen comunicador supone mucho más que saber expresarse con soltura. Esto es importante, pero no suficiente. Para hacer las cosas con altura, hay que prepararse hasta adquirir una “mirada profunda”. Esta mirada nos permite adivinar que recuperar la economía será para el PP un triunfo, en el nivel de los valores vitales. Pero, si descuida los tres tipos de valores superiores, correrá un riesgo excesivo.
Alfonso López Quintás
De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas